dissabte, de novembre 01, 2008

[ es ] Negri y el dilema constitucional europeo

Publicado por Diagonal, nº88, pág. 14


Toni Negri vuelve a la carga sobre la ‘cuestión europea’ y lo hace un par de años después de que su posición, explícita y heréticamente favorable al TCE –la mal llamada ‘Constitución europea’–, causara gran revuelo en las filas ‘bienpensantes’ de la extrema izquierda. Por aquel entonces, sus palabras sorprendieron a propios y extraños, pero la comprensión de sus argumentos fue sin duda un aliciente para pensar más allá de ciertos esquemas preconcebidos. En esta ocasión, sin embargo, llueve sobre mojado y los argumentos del filósofo nos llegan precedidos de su actuación al servicio de socialistas y verdes franceses en la contienda electoral del referéndum francés de 2005.

Su posición parte de un diagnóstico en buena medida acertado, pero fracasa en su diseño estratégico al confrontarse con la política del movimiento europeo –sus redes, repertorios, argumentos, etc. La razón seguramente radique en una praxis alejada de las redes de activistas a las que se acusa de europeísmo insuficiente, pero a las que, paradójicamente, no se deja de apelar para que se sumen al proyecto constitucional de las elites. A estas alturas no parece, empero, que la táctica del “a dios rogando y con el mazo dando” sea precisamente la más afortunada. Entre otras cosas porque los errores tácticos de Negri están haciendo el agosto de la extrema izquierda conservadora a la que acusa, con razón, con palabras como éstas : “Estos partidos y partidillos [el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Besancenot y Die Linke de Lafontaine] no han dejado de ser republicanos, corporativos y, cuando no lo son, consideran que sólo pueden reproducirse sobre una base nacional y que sólo dentro de esas dimensiones pueden construir un programa”.

Vayamos por partes, pues la complejidad del debate requiere un esfuerzo importante para ir más allá del maniqueísmo. En primer lugar, Negri tiene toda la razón cuando critica al Partido (Die Linke) y al partidillo (la LCR y su apéndice, el NPA) de aspirar a reproducirse únicamente a partir de una ‘base nacional’. Este argumento, rebatido con ardor desde las filas del ‘internacionalismo proletario’, olvida, por una parte, lo que ha sido la transformación de la composición de clase de las últimas décadas –en dos palabras : el reemplazo del proletariado por el precariado– y, por otra, la obsolescencia del Estado nacional. Después de todo, el ‘internacionalismo’ de uno u otro cuño no deja de ser lo que su nombre indica : un ‘nacionalismo entre nacionalismos’, esto es, la voluntad de articularse organizativamente desde el Estado nacional como referente –incluso cuando sólo es un referente negativo.

En el ‘no’ de esta extrema izquierda al TCE puede leerse sin problemas una doble voluntad de mantener, por una parte, la hegemonía para las figuras del trabajo fordista sobre la política del movimiento y, por otra, la inequívoca intención de articular Europa desde el Partido –operativo a nivel del Estado nacional–. Las estructuras organizativas de la Conferencia de la Izquierda Anticapitalista Europea o del Partido de la Izquierda Europea constituyen buenos ejemplos de esto último. El análisis de la composición social de las organizaciones mencionadas despejaría dudas acerca de lo primero.

El principal problema de Negri es que desde la tribuna de socialistas y verdes no puede contraponer una alternativa mínimamente convincente. Huelga decir que aparecer en la esfera pública de la mano de quienes han contribuido, por activa y por pasiva, a la precarización de Europa no es precisamente la mejor tarjeta de presentación ante las redes de activistas a las que se quiere ganar para la propia causa. Más aún cuando se trata de un proyecto de la UE, agencia donde las haya responsable de las políticas neoliberales y el cercenamiento tecnocrático de la política.

En segundo lugar, Negri falla igualmente al contraponer el liberalismo de las elites europeas al republicanismo de la extrema izquierda conservadora. Proponer aceptar al primero y su tentativa constitucional como mal menor de forma beligerante y sin una maduración suficiente del debate, dejándose cuando no arrastrar por la lógica deliberativa diádica y simplista del referéndum, no parece que sea la mejor manera de contribuir a la articulación de una esfera pública europea movimentista y, por ende, autónoma del entramado institucional de Bruselas. Por el contrario, la crítica del republicanismo del Partido-Estado que se encuentra en la genealogía ideológica jacobina, blanquista, leninista y trotskista requiere de la comprensión del complejo y dinámico entramado del antagonismo europeo. En las actuales circunstancias, cuando desde el movimiento se sabe que se pueden ganar referéndums y se recombinan ya las estrategias, Negri haría mejor en aplicarse a concretar una alternativa constituyente que no a defender la constitución formal de la UE. Sobran defensores de la Europa del capital y falta inteligencia en la articulación de una res publica para la Europa global. El poder constituyente o surge desde abajo o no surge. Como Negri dijo en su día : “Nos toca acelerar esta potencia y, en el amor del tiempo, interpretar su necesidad”.