dimarts, de febrer 23, 2010

[ cat ] Videofòrum sobre l’esquerra radical alemanya

Dijous 25 a l’Ateneu Layret (Carrer de Villarroel 49) de 20h00 a 23h00:



Videofòrum sobre l’esquerra radical alemanya dels anys setanta i el seu llegat
RAF-Fracció de l’Exèrcit Roig (Uli Edel, 2008)

amb Raimundo Viejo Viñas, professor de Ciència Política de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) i especialista en política alemanya

Us esperem a totes i tots!

[ es ] Más acá del Estado de las Autonomías

Versión extendida del artículo del mismo título publicado por Diagonal (nº 120, 18 de febrero de 2010, págs. 34-35)




Allá por 1793, en los turbulentos giros de la Revolución que alumbraron el constitucionalismo moderno, el proyecto de la Constitución francesa decía en su artículo 33: «Un pueblo tiene siempre el derecho de revisar, de reformar y de cambiar su Constitución. Una generación no tiene el derecho de subordinar las generaciones futuras a sus Leyes; y toda herencia en las funciones es absurda y tiránica». El artículo se hacía eco del más conocido apotegma de Condorcet «a cada generación, su Constitución» y dejaba bien claro que no es posible que un orden constitucional pueda pretenderse eterno sin abocarse por ello mismo a la tiranía.

Desde esta perspectiva no nos debería sorprender que con el paso de los años se haya operado en la política española un extraño desplazamiento en relación a la Constitución. No pocos entre quienes se resistían antaño a cambiar la dictadura franquista por una democracia liberal, se presentan ahora como defensores acérrimos y salvaguardas de la ley fundamental, mientras que algunos de sus defensores de otrora se cuestionan hoy su vigencia de forma más o menos abierta. Al igual que entonces, los conservadores se resisten hoy a cuestionarse las estructuras del régimen en vigor como si en 1978 hubiésemos alcanzado una panacea política y la historia pudiese congelarse o llegar a un supuesto fin.

Y si todo esto es cierto para la Constitución en su conjunto, tanto más para la articulación territorial del Estado y la cuestión nacional. Como es sabido, los pactos constitucionales de 1978 no zanjaron la organización territorial del Estado, sino que procedieron más bien a superponer al Estado centralizado de las diputaciones, un inacabado y descentralizante Estado de las Autonomías. Por aquel entonces, el temor a hablar de un modelo federal con todas sus implicaciones (y, sobre todo, la creación de los Estados a federar) conllevó un acuerdo que no hizo sino preterir la cuestión nacional. Desde la instauración del régimen actual, sin embargo, la descentralización ha progresado al punto de que actualmente las comunidades autónomas gestionan el 40% del gasto público con el 50% de los empleados públicos. El Estado español es hoy uno de los más descentralizados de Europa, aunque no por ello uno de los más federalizados.

En este mismo tiempo, el progreso de la cultura de la descentralización se ha llevado a cabo disociado de la deliberación pública sobre el modelo de Estado, como si de realidades inconexas se tratara: el funcionamiento institucional, por un lado, y el debate político, por otro. La razón de fondo se encuentra en el carácter abierto e inacabado de los procesos de descentralización (por ejemplo, en la transferencia de competencias) y en sus paradojas ideológicas (por ejemplo, la existencia de nacionalidades sin nación). A diferencia de otras arenas políticas sobre las que los acuerdos de la transición alcanzaron consensos institucionales muy amplios, en la cuestión nacional se optó por una suerte de “pragmatismo negacionista”, esto es, por la negociación pragmática sobre el diseño del Estado de las Autonomías desde una política de reconocimiento más que deficitaria. En la práctica este pragmatismo negacionista ha alimentado el contencioso político de las últimas tres décadas y con él al establishment de la política de partido (concretamente, a la “generación de la constitución” en el lenguaje condorcetiano).

Aquí es donde se opera y hemos de considerar, no obstante, el cambio político fundamental de nuestros días, a saber: el tránsito de la política de partido a la política de movimiento. La falta de una respuesta constitucional acabada a la cuestión nacional se ha demostrado como una fuente incesante de conflictos identitarios. Al convertirse cada decisión (por ejemplo, la transferencia de una competencia) en una decisión sobre la propia naturaleza del régimen político, el propio Estado de las Autonomías se ha constituido como arte y parte del conflicto, alimentando, por una parte, el conflicto identitario, y por otra, estimulando la difusión de los repertorios de acción colectiva de los nacionalismos sin Estado de las comunidades autónomas “nacionalidad histórica” a las comunidades autónomas “región”. No es de extrañar que el propio progreso del Estado de las Autonomías se haya traducido en la emergencia y fortalecimiento de regionalismos varios.

Por si fuera poco, el déficit de legitimidad en Euskal Herria de la Constitución de 1978 y, por ende, del Estatuto de Gernika ha venido a complicar todavía más, si cabe, el escenario político de las últimas tres décadas (aunque a veces parece olvidarse, los estatutos de autonomía son leyes derivadas de la Constitución de 1978 y no constituciones de Estados federados). En este periodo, el conflicto vasco ha operado como pivote no sólo de los demás conflictos nacionales, a la manera de un exterior constitutivo de los nacionalismos catalán y gallego, sino que al mismo tiempo ha servido de manera fundamental y decisiva al nacionalismo español en su readaptación autoritaria y desdemocratizadora al régimen constitucional como ideología de legitimación del poder soberano. Por medio del recurso sistemático a la excepción y a la cultura de la emergencia —no ajeno a los cambios globales promovidos por la guerra global permanente—, el nacionalismo español ha podido readaptar su matriz identitaria iliberal, católica y autocrática a un contexto institucional inacabado. A resultas de esto mismo, el nacionalismo español ha acabado por facilitar la emergencia de un contramovimiento nacionalista español que se puede retrotraer a las movilizaciones por el sacrificio cristológico de Miguel Ángel Blanco.

Pero el contramovimiento, como es sabido, es una forma subalterna y reactiva del movimiento. En el contexto de la nueva cultura de la emergencia (visible en el desplazamiento progresivo de la gestión político-policial a la gestión mediático-judicial del conflicto vasco) ha llegado incluso a reconstituir una hegemonía sobre el espacio público (la ideología del mal llamado “patriotismo constitucional”, de la maniquea contraposición identitaria del “soberanistas” versus “constitucionalistas”, etc.). Ello no ha impedido, empero, que desde la política de movimiento se haya reconfigurado una nueva estrategia que ha redefinido el escenario político a partir de una demanda de radicalización democrática basada en las nuevas potencialidades de la política del movimiento.

De Euskal Herria a Catalunya…

De un tiempo a esta parte asistimos a acontecimientos importantes que —a falta de desarrollos concluyentes— podemos aventurar como síntomas de un cambio de tendencia en el conflicto nacional. El desplazamiento del exterior constitutivo nacionalista español de Euskal Herria a Catalunya y la redefinición actual de la estrategia abertzale han puesto de relieve un cambio de escenario que no es sino el reflejo de una transformación mucho más profunda de lo político, a saber: el paso de la política de partido a la política de movimiento; tránsito éste que es a su vez coincidente con la emergencia del protagonismo de una “generación sin constitución” (la que no ha podido votar el ordenamiento constitucional en vigor).

En este sentido, el agotamiento de las estrategias del nacionalismo vasco —visible en el regreso a las armas de ETA, en el fracaso del Plan Ibarretxe y en la conquista del poder por el nacionalismo español gracias a la política de la excepción— ha desplazado a Catalunya el epicentro del conflicto nacional. Sintomáticamente, de hecho, ha sido en el nacionalismo catalán y no en el nacionalismo vasco donde ha progresado más el paso de la política de partido a la política de movimiento. Consideremos brevemente algunos de los desarrollos más recientes del catalanismo.

En primer lugar, el proceso de reforma del Estatut —claro ejemplo de la política de partido— arroja un preocupante déficit de legitimidad, visible por demás en todos los indicadores electorales posibles: menor participación (del 59,70% al 48,85%), menor porcentaje del Sí (del 88,15% al 73,24%), mayor porcentaje del No (del 7,76% al 20,57%), mayor porcentaje de voto en blanco (del 3,55% al 5,29%) y mayor porcentaje de voto nulo (del 0,48 al 0,90%). Por si fuera poco, medios de comunicación y partidos políticos, en un notable ejercicio de razón cínica limitaron la lectura de estos datos a tildar al ciudadano de desafecto al régimen y a entonar falsas asunciones de responsabilidades por la baja participación electoral (ejemplo de razonamiento ideológico donde los haya, la ciencia política hegemónica suele analizar la participación en términos cuantitativos, esto es, como “baja” o “alta”, y no los términos cualitativos y menos dicotómicos de una participación de calidad).

En segundo lugar, y en contraste con el proceso estatutario, nos encontramos con la movilización ciudadana del 18-F. Buen ejemplo de la política de movimiento, la Plataforma pel Dret de Decidir (PDD) convocó a la ciudadanía bajo el lema “Som una nació i tenim el dret de decidir” y obtuvo uno de los mayores respaldos sociales de que se recuerda. Y no sólo seis meses antes de la votación del Estatut, sino también más adelante, con motivo de las movilizaciones por las infraestructuras o incluso, más recientemente, y ya bajo la mutación en otras plataformas de las redes sobre las que se sostenía la PDD, por medio de la organización de consultas sobre la independencia.

Algo falla, pues, en la política de partidos y algo funciona en la política del movimiento. Entre las cosas que funcionan está claro que se encuentra una participación ciudadana formulada desde la autonomía de la sociedad y fuera de la égida gubernamental. Lo que se está dando hoy no es la desafección a la democracia, sino al gobierno representativo (a la política de partidos, medios e instituciones delegativas). Basta con observar el carácter completamente marginal de las ideologías totalitarias para darse cuenta. Nada de ello escapa, sin embargo, a un establishment político que hace tiempo que se sabe cuestionado de manera permanente y se confía a la deserción masiva de la participación institucional como la mejor manera de conservar sus parcelas de poder.

No obstante, en la búsqueda de solventar el creciente déficit de legitimidad, en las últimas décadas el gobierno representativo se ha preocupado por dar forma institucional a la participación creciente de la ciudadanía. Desafortunadamente, esto se ha hecho, por lo general, desde una lógica de tutelaje político contraria a la lógica constituyente de la política del movimiento que se ha mostrado, por demás, insuficiente a la hora de satisfacer las demandas ciudadanas. Y esto cuando desde las instituciones no se ha optado por negar directamente la iniciativa ciudadana. Sintomáticamente, se podría recordar aquí como la iniciativa legislativa popular contra los transgénicos Som lo que sembrem fue ninguneada en el Parlament después de haber conseguido, no obstante, más firmas (poco más de cien mil) que votos tienen los tres diputados del sexto partido de la cámara, Ciutadans (poco menos de ochenta mil).

Junto al fortalecimiento de la autonomía —y en parte responsable del mismo— ha progresado también un importante giro en el discurso político, ajeno a la habitual etnificación de la política de los nacionalismos sin Estado. Además de ampliar el derecho de ciudad a los jóvenes de más de 16 a 18 años, las convocatorias por la independencia han incluido en sus censos a los nouvinguts (los “recién llegados”, concepto a leer en lógica evidencia de que nadie es originario de ningún lugar, salvo quienes viven en Olduvai). Ciertamente, los detractores del catalanismo (entre ellos incluso algunos activistas catalanes) podrían aducir que este giro en el discurso es oportunista. Preferíríamos, no obstante, leer la tendencia de modo distinto, en la convicción de que el giro todavía no se ha consolidado y dista mucho de erradicar las viejas inercias y lógicas identitarias; todo lo cual no impide que estemos hablando de una transformación bien real y que alcanza a integrar a quienes quedan fuera de las concepciones aristocráticas —por restrictivas— de la ciudadanía.

Sin embargo, llegado este punto, el contraste entre la política de partido y la política de movimiento se hace cada vez más evidente. Nótese, si no, la gran diferencia que hay entre las lógicas políticas de las consultas, por una parte, y del caso de Vic y el empadronamiento de los migrantes, por otra. Mientras que en el primer caso, los partidos nacionalistas fueron subsumidos en la lógica constituyente de una nueva ciudadanía, subordinándose a los procesos asamblearios, en el segundo caso nos encontramos con una lógica del gobierno representativo en la que Esquerra o CiU se dejan arrastrar y construyen sus propios discursos en la explotación del racismo y la xenofobia de los grandes medios de comunicación.

Así las cosas, la precampaña electoral ha comenzado ya sin que todavía se conozca la sentencia sobre el Estatut. En el mundo independentista el progreso de la política de movimiento ha provocado una importante inestabilidad e inquietud en las políticas de notable y de partido. Notables como el ex conseller Joan Carretero, el alcalde Carles Mora o el presidente del Barça Joan Laporta han avanzado su intención de presentarse a las elecciones, si fuera necesario creando sus propias organizaciones o negociando el liderazgo del impulso independentista reciente.

En la política de partido, por su parte, los desarrollos recientes se encuentran directamente relacionados con la situación y estrategia de la principal organización del independentismo catalán: Esquerra Republicana de Catalunya. A pesar de la sangría permanente de votos que conoce convocatoria tras convocatoria, Esquerra ha persistido en no perder perfil como partido de gobierno. Ello le ha llevado a derivas claramente derechistas como su posición con el empadronamiento de migrantes o el impuesto de sucesiones.

Aquí se han de destacar dos estrategias alternativas. La primera, subordinada a la política de notables, ha sido la del conseller Carretero y Reagrupament que, por lo que se ve, no está dando los buenos resultados a pesar de un intencionado apoyo mediático orientado a minar a Esquerra. La segunda, subordinada a la política de movimiento, ha sido la de las Candidaturas de Unidad Popular (CUP), que han decidido no presentarse de momento a las elecciones autonómicas y seguir optando por el fortalecimiento de un proyecto municipalista, de base y en un contacto cotidiano con las luchas sociales.

…y de vuelta a Euskal Herria

Para acabar de completar el complejo panorama de estos últimos tiempos, hemos de volver la vista sobre los desarrollos recientes de la política vasca. Tras la conquista electoral-judicial del poder por el nacionalismo español, se ha abierto un escenario político inédito marcado por el paso del PNV a la oposición y el debate interno de la izquierda abertzale. Atrás ha quedado la etapa del Plan Ibarretxe y del fin de la tregua de ETA. Por delante parece inagurarse una etapa de mayor calado del que quieren reconocer los partidarios de la estrategia de la tensión y la nueva cultura de la emergencia. En este sentido, los pasos dados por la izquierda abertzale con su debate estratégico contrastan con las campañas mediáticas lanzadas desde Interior por el ministro Rubalcaba sobre una acción inminente de ETA o las más recientes insinuaciones sobre la búsqueda de financiación del grupo armado en el narcotráfico.

Cierto es que puntualmente comienzan a escucharse comentarios mínimamente críticos como las declaraciones del presidente PSE Jesús Eguiguren cuando afirma: “Creo que es sincera la voluntad de Batasuna para buscar el modo de dejar la vinculación con el terrorismo. Cuando dice que hace un debate para buscar salidas, no es una estrategia para engañar a la policía, a los periodistas, a los partidos... y colarse en las elecciones municipales”). Desafortunadamente, la falta de una iniciativa política política valiente y rompedora sigue al orden del día, tal y como se demuestra en la reciente polémica en el jucio de Otegui.

Así, el impresentable trato dispensado por la juez Murillo a un Otegui en huelga de hambre e incriminado con unas pruebas cuyo significado el propio tribunal admite desconocer por falta de una traducción entra ya directamente en el terreno de lo kafkiano y evidencia de todo punto el vergonzoso nivel de degradación a que se ha llegado por culpa de la nueva cultura de la emergencia y el excepcionalismo del soberano español. Y a pesar de ello, parece que el giro estratégico de la izquierda abertzale está progresando y puede realmente culminar en la ruptura con el modo de movilización propio de la lucha armada de base nacional en el tránsito al postfordismo (el MNLV).

Con todo, queda por verificar si este giro conlleva el cambio de gramática política que demanda el conflicto vasco. Paradójicamente, los independentistas catalanes han estado mirando hacia Euskal Herria para poder encontrar un exterior constitutivo de su identidad política y, sin embargo las cosas apuntan más bien a que, en toda la inevitable asimetría de cada nación, sea el nacionalismo vasco el que haya de mirar hacia los desarrollos más originales y recientes del catalanismo si, finalmente, desea convertirse en un actor capaz de catalizar la ruptura constituyente de estos días.

dissabte, de febrer 20, 2010

[ es ] ¿Deberían las redes activistas del movimiento salvar a la izquierda?

Más notas sobre el la política del movimiento y el interfaz representativo



Se avecinan tiempos electorales y pronostican un posible giro a la derecha. Las oposiciones del PP a nivel estatal, como de CiU a nivel nacional, son un buen ejemplo de hasta qué punto las formaciones de derechas se limitan a esperar a que la lógica pendular de la alternancia les devuelva al poder. Conscientes de que no pueden desvelar que, de estar gestionando ellos la crisis, lxs precarixs estaríamos en estos momentos todavía mucho peor (reforma laboral, más recortes sociales, más regalos fiscales, etc), se contentan con explotar la estructura de oportunidad que les brinda la crisis y los errores (por veces muy sonados) de la izquierda gobernante, para preparar su regreso al poder. Primeros interesados en favorecer la mal llamada "desafección política" (en rigor, la deserción ciudadana del gobierno representativo), los líderes de las derechas cuentan con que en la rebaja del "todos son iguales" se haga posible el cálculo electoral que desplace el votante de centro hacia la derecha con el único objetivo del cambio por el cambio (la alternancia, que no la alternativa).

¿De nuevo en manos del votante de centro?

Ante la perspectiva del cambio electoral, los grandes medios de comunicación se aplican una vez más al viejo truco del centro político. El centro, como es sabido, aunque a menudo olvidado, no es una posición política, sino más bien un lugar de tránsito (de la izquierda hacia la derecha; de la derecha hacia la izquierda) que se suele esgrimir con el objeto de presionar a gobierno y oposición a fin de que obedezcan a un mando efectivo no pocas veces situado fuera del marco estatal en las instituciones del capitalismo global (así, por ejemplo, "los mercados financieros internacionales" que al parecer están tan descontentos con Zapatero). Una vez más, el constructo mediático del votante de centro articula aquí la deliberación pública. Dando por sentado el secuestro identitario (aunque menguante) de los electores de izquierdas y derechas en sus respectivas trincheras, el votante de centro es presentado como el decisor efectivo de la contienda electoral. De su voluble voluntad, se nos dice, dependen nuestros destinos. Y a fuerza de ser considerado como un hecho inevitable, hemos confirmado la profecía que se autorealiza.

En efecto, el viejo truco del centro está anclado en bases tan sólidas como nuestra categorización judeocristiana del mundo. Izquierda y derecha son dos conceptos políticos nacidos al calor de la institucionalización del gobierno representativo que siguió a la Revolución de 1789. Su resonancia como marco interpretativo del mundo (frame), es, no obstante, mucho más antigua y sólo se inscribe y entiende en la lógica categorial diádica y maniquea del blanco y negro, alto y bajo, luz y oscuridad, arriba y abajo, etc. A nadie debería sorprender los campos semánticos en que se construyen y operan izquierda y derecha como conceptos políticos. La primera, la siniestra, lo siniestro, lo oscuro, lo de abajo; la segunda lo derecho, lo correcto, lo claro, lo de arriba... Acaso el mayor logro histórico de los contrarrevolucionarios (y el mayor fracaso de quienes han aspirado a la emancipación del ser humano) haya sido precisamente éste.

No obstante, en esta categorización judeocristiana de la política, izquierda y derecha no son en modo alguno dos fuerzas iguales o simétricas, un equilibrio perfecto a la manera del yin y el yang, o de las derivas sectarias de cátaros, bogomilos o maniqueos. Antes bien, el dualismo judeocristiano, enunciado en los esquemas ideológicos de la trascendencia, comporta una moralización del mundo que hace posible un determinado tipo de gobernanza. Gracias a la teleología que informa esta moralización resulta posible la producción del mando, la orientación moral y disciplinaria de las conductas, la dirección política de la sociedad: al no ser simétricas izquierda y derecha, la primera siempre ha de ser resistencia a ser dominado; la segunda, dominación. Y dado que los recursos no se encuentran distribuidos por igual, al final la derecha cuenta a su favor con la inercia, con la lógica de la construcción trascendente del mundo. Nadie mejor que Hegel entendió y dio forma filosófica a todo ello, adelantándose, comprendiendo e incluso cercenando a priori, a su más brillante discípulo, Karl Marx.

Más allá de izquierda y derecha

¿Pero han de ser las cosas necesariamente así? ¿Nos encontramos irremediablemente encerrados en la lógica diádica (incluso dialéctica) de nuestra cultura o es posible la fuga, la búsqueda del tercero? Y si no ha de ser así ¿cómo desmontar el círculo vicioso de la alternancia y favorecer una estrategia emancipatoria efectiva? Vayamos por partes. Lo primero que hemos de considerar es el carácter construido del discurso político. Construido no significa, empero, que sea inevitablemente artificioso, aunque sí artificial. Podemos ser en el mundo gracias a determinados esquemas interpretativos de la realidad (frames) que no necesariamente han de ser verdaderos, pero que disponen, por ello mismo de una particular condición: ser generadores de realidad. El sociólogo I.W. Thomas lo explicó por medio de un célebre apotegma: "aquello que es considerado como real, es real en sus consecuencias".

Izquierda y derecha no son reales en el sentido de Thomas, tal y como se demuestra en los debates bizantinos sobre qué es izquierda (sintomáticamente, tal y como reconoció Habermas en su día, nadie se pregunta qué es derecha, a pesar de que la respuesta a qué es izquierda sea tan sencilla como "todo aquello que no es derecha"), pero vaya que si son reales en sus consecuencias! Si queremos escapar a la doble trampa de la alternancia y la subalternidad (esta afecta a las pequeñas formaciones principalmente situadas más a la izquierda del PSOE) parece bastante evidente que se ha de comenzar por deconstruir el aparato categorial que hemos heredado. La tarea filosófica e incompleta de Nietzsche y los Lebensphilosophen, de Wittgenstein y los filósofos del lenguaje, de Deleuze y Guattari y el esquizoanálisis, constituyen pistas en el pensamiento occidental, rastros que nos conducen a tiempos anteriores a nuestra cristianización y que todavía no han encontrado en la quiebra de la modernidad una proyección política suficiente o cuando menos capaz de interferir sobre la estructura del mando, sobre la lógica del gobierno representativo, sobre la concepción transcendente del poder soberano. Si se quiere pensar la emancipación (que no la izquierda) todo apunta a que tengamos de comenzar por aquí.

Con todo, la labor de producción de un constructo alternativo (que no alternante) no comienza de cero. Su genealogía se remonta a los grandes cismas del cristianismo, al materialismo moderno y más recientemente a las rupturas categoriales que en su momento intentó promover la ecología política. Al fin y al cabo, la historia de la emancipación no es sino la historia de la escisión constituyente, de la ruptura con el mando. Es en este sentido donde adquiere plena vigencia la voluntad de lxs verdes de primera hora (poco o nada que ver con los pequeños partidos subalternos del medioambientalismo liberal de hoy). En su voluntad de ser una alternativa efectiva, lxs verdes rompieron con las dicotomías de la política tradicional e introdujeron transversalmente nuevos temas en la agenda pública que pronto marcaron a izquierdas y derechas. La clave de su éxito radicaba como es sabido, en una acertada definición como interfaz representativo que aspiraba a romper con la lógica misma de la representación; y de ahí que su tratamiento discursivo más habitual estuviese marcado por aporías, contradicciones y otras formas de la crisis del discurso hegemónico (nos referimos, claro está, a construcciones como "partido antipartido", "ni de izquierdas ni de derechas", etc.).

En definitiva, quienes aspiran hoy a dar continuidad al proyecto emancipatorio de la política del movimiento, harían bien en mirar menos a los fracasos de la extrema izquierda (sean el maoismo y el trotskismo francés o el operaismo italiano) y fijarse más en el momento creativo de los últimos años setenta y primeros ochenta en la República Federal de Alemania. Y no para reproducir errores, lógicamente, sino para aprender también de las limitaciones de ciertas formas de institucionalización, para criticar la acomodación de las elites en la subalternidad y un largo etcétera de lecciones políticas que están ahí, pendientes de ser extraídas.

El horizonte electoral y las estrategias de la izquierda extraparlamentaria

Volvamos al contexto actual. Estamos de precampaña y el horizonte electoral ya ha activado la maquinaria discursiva de los grandes medios de comunicación. La secuencia de disyuntivas argumentales vuelve a plantearse una vez más en una serie que ya nos debería ser familiar y que discurre más o menos así: (1) si es usted un individuo exigente en términos morales, permítase no votar, sea desafecto si quiere, que para eso la democracia liberal le facilita la libertad para abstenerse; pero, si acepta la política realmente existente, (2) disciplínese en la polaridad que generan las grandes formaciones de izquierda y derecha, entre PP y PSOE (o entre CiU y PSC) y si por un casual (3) es usted particularmente exigente en ciertas materias (cuestión nacional, derechos sociales, medioambiente, etc.), haga el favor de encuadrarse en las correspondientes fuerzas subalternas (IU, ICV, ERC, BNG, etc.) y limítese a intentar influir modestamente en las grandes directrices políticas que configuran los dos polos (ya que no por nada estas pequeñas fuerzas han sido expulsadas categorialmente a los márgenes donde no podrán aspirar al votante de centro). El consenso social que genera esta lógica discursiva es tan amplio que en él se pueden ver reflejados desde el anarquista (1) hasta el votante-massa (2) pasando por el ciudadano exigente (3); y todo ello sin que se vea alterada un ápice la hegemonía ideológica imperante.

Desafortunadamente (al menos de momento), la oposición extraparlamentaria que pueden constituir las redes de activistas no parece ser capaz de formular el problema en otros términos que los de (A) el rechazo frontal al gobierno representativo (el "que se vayan todos") y (B) el sectarismo representativo. Las primeras posiciones suelen estar representadas por sectores libertarios (anarquistas, nihilistas, etc.) y se funda básicamente en una política de la impotencia y de gestión de los remanentes de la sociedad de la opulencia.

Pocos ejemplos resultan más ilustrativos en este sentido que las lógicas autorreferenciales (que no autónomas) visibles en la estrategia okupa del "desalojo sin negociación" (falacia donde las haya, ya que, en rigor, sí se negocia, sólo que con el poder judicial y la policía en lugar de con el poder legislativo, facilitando así la lógica autoritaria y de la cultura represiva). Una loable táctica de desobediencia civil (la okupación) se reincorpora de este modo a la lógica sistémica (el desalojo y la represión) contribuyendo al perfeccionamiento de la maquinaria punitiva, al saneamiento de espacios previo a la gentrificación, etc; todo ello perfectamente integrado y compatible con la lógica heterónoma del semiokapital y sus categorizaciones dicotómicas.

Por plantearlo de otro modo: ¿qué autonomía es aquella que sólo puede ejercerse en el margen excedente, fácilmente reprimible y disciplinario de la lógica de acumulación? Ciertamente, nadie podrá negar que es una estrategia que asegura la reproducción de valores (queda por ver si es una reproducción suficiente) y que, por lo tanto, ya es valiosa de por sí. Pero no es menos cierto que es una estrategia que nos remite a una implosión sistémica (a una heteronomia, pues) como único horizonte de lucha (a una política de la impotencia). Difícil, pues, argumentar desde razonamientos plenamente autónomos el carácter sustantivamente inconveniente de la intervención en la arena electoral.

Pero si la estrategia pseudoautónoma que apuesta por la (más que improbable) implosión sistémica no acierta, tampoco parece que el sectarismo representativo vaya mucho más allá. Por sectarismo representativo nos referimos al hecho de que finalmente se presenten candidaturas híbridas e hibridadas de pequeños capitales políticos acumulados en el activismo. Hablamos, claro está de la eventual participación en las elecciones autonómicas catalanas de Revolta Global, MdT y otras listas posibles.

Contrariamente a la lógica de la participación directa, de la democracia participativa y la política del movimiento (visible, por ejemplo, en la valiente decisión de las CUP de no participar en las elecciones autonómicas y favorecer la estrategia municipalista), las opciones más o menos explícitamente leninistas pretenden capitalizar en la arena representativa sus esfuerzos en la política del movimiento bajo la pobre excusa del uso instrumental de las campañas electorales como palancas de movilización. Así, por ejemplo, no resulta difícil entender el enfado y resentimiento del MdT al perder la votación en las CUP o, por razones semejantes, aunque discursivamente formuladas con una tonalidad emotiva diferente, la euforia neurótica de Izquierda Anticapitalista (Revolta Global) ante sus magros resultados en las elecciones europeas.

Tres décadas después de tentativas fracasadas no parece que la inquebrantable fe leninista en el cuanto peor, mejor haya cedido un milímetro a la aplastante evidencia del sentido común, a los resultados ridículos de décadas de comicios y a la lógica representativa de la ley electoral. Al contrario, contra toda evidencia y razonabilidad, se siguen presentando como buenos los argumentos que encuentran en la lógica de la escisión interior al universo categorial del discurso hegemónico una justificación tan ideológica como tácticamente errada si de lo que se trata es de crear las condiciones objetivas para facilitar el empoderamiento y reforzamiento del activismo y la política del movimiento.

En primer lugar, porque incluso los mejores situados (seguramente MdT y Revolta Global) siguen a años luz de poder conseguir un diputado. En efecto, todos los votos estatales de Izquierda Anticapitalista (RG) en las europeas (obviando el "pequeño" detalle de que estas elecciones les eran particularmente favorables), incluso concentrados en un sólo distrito electoral donde la ley de D'Hont asegura la casi proporcionalidad (Barcelona), seguirían todavía a la mitad de los votos necesarios para poder obtener representación (no merece la pena entrar a especular sobre las limitaciones del juego político de un par de diputados ya que el caso de Ciutadans puede ser bastante orientativo). Hay que confiar demasiado en la capacida de autoengaño para afirmarse en una estrategia así (aunque visto lo inquebrantable de la fe leninista podemos confiar en que no faltarán las dosis suficientes).

En segundo lugar, porque las candidaturas en cuestión ni siquiera se han esforzado en promover un debate programático suficiente capaz de contraponer un proyecto realmente antagonista. Por el contrario, a día de hoy, sus discursos siguen operando en la lógica "marxista" (tendencia Groucho) del "y dos huevos duros" consistente en situarse un poco más a la izquierda sobre la base de un alineamiento de marcos interpretativos orientado a facilitar al máximo el trasvase de votos (lo que técnicamente se puede identificar, fundamentalmente, en las estrategias del frame bridging y frame extension que caracterizan los discursos de estas fuerzas políticas). Huelga decir que dicho trasvase, en el mejor de los casos, puede favorecer la pérdida de algún diputado de las fuerzas de la izquierda parlamentaria sin que por ello se gane necesariamente diputado alguno en contrapartida (o lo que es lo mismo: es una táctica encaminada a producir voto inútil donde no lo había). En el peor de los casos, puede contribuir de manera importante al regreso de la derecha.



La visibilización de la ciudadanía crítica

Así las cosas, la pregunta que se deberían plantear los activistas críticos, razonables (y conscientes de que en la actualidad no se dan las condiciones para presentar un interfaz representativo propio) es más bien cómo hacer visible su posición táctica en la arena electoral, de suerte tal que, si bien no las grandes opciones (PSOE, PSC), sí al menos las pequeñas (IU, ICV, ERC, BNG, etc.) se hagan eco de sus reivindicaciones. Si el gran logro neoliberal fue convencernos en su día de que debíamos ser fieles a los encuadramientos fundados en la lógica categorial del izquierda/derecha para seguidamente dejar en manos del "votante de centro" la decisión última de las orientaciones gubernamentales, todo apunta a que hoy deberíamos pensar más bien en cómo valorizar ese "votante crítico" cuya deserción puede suponer al diputado de izquierda la pérdida de su escaño (algo así como una Posición Bartleby: "preferiríamos no tener que echaros del gobierno"). Permítasenos para acabar poner un par de ejemplos clarificadores al hilo de la experiencia gallega en las dos últimas elecciones autonómicas y de las movilizaciones universitarias contra el Plan Bolonia en el escenario de las últimas elecciones europeas.

En la precampaña electoral que echó del poder a Fraga Iribarne tuvo lugar una iniciativa táctica muy original nacida bajo el impulso movimentista de la lucha contra el Prestige. El marco interpretativo decía claramente Hai que bota-los sin por ello pedir el voto explícitamente para ninguna candidatura política. Esta línea de discurso confiaba, como es lógico, al pragmatismo y al sentidinho de la ciudadanía la decisión final de votar a cualquiera de las dos opciones electorales con posibilidades reales de obtener diputado. Así fue y así sucedió que se puso fin a lustros de gobierno de una de las derechas aparentemente más inamovibles del Estado, liderada por el último franquista de peso en activo. El resultado fue, y ahí están las cifras para quien quiera cuantificarlo, muy ajustado; tanto, que el gobierno bipartito debería haber sido bastante más prudente, bastante menos corrupto y sobre todo más abierto a las presiones del movimiento de lo que finalmente fue. De haber aprendido las lecciones de Nunca Mais, en lugar de intentar instrumentalizar electoralmente el proceso, seguramente todavía estarían gobernando.

De hecho, en las siguientes elecciones el bipartito hizo caso omiso a una campaña semejante a la de Hai que bota-los lanzada desde redes activistas. Bajo el frame Governe quem governe, Galiza nom se vende, esta segunda precampaña advertía que el votante crítico no estaba dispuesto a admitir errores tan graves como la destrucción de las rías (reganosa y demás), las corruptelas de las eólicas, la carretage de votos de la gente mayor, etc. El resultado final, nuevamente ajustado, demostró que aunque el votante crítico sea una minoría, su ausencia en el cómputo final de los votos de la izquierda (alternante del PSdeG o subalternante del BNG) puede ser realmente tan decisivo como el voto del mitológico votante de centro, con la diferencia añadida (para colmo) de que el votante crítico es perfectamente identificable como actor en la esfera pública (nos referimos, va de suyo a las redes activistas). En vano intentan ahora las formaciones partidistas (el BNG fundamentalmente) recuperar el pulso perdido. Las oportunidades perdidas no vuelven a darse y por más que se puedan llegar a producir nuevas oportunidades está claro que sobre la memoria de las redes de activistas pesará el desgaste de los abusos partidistas. Confiemos, no obstante, en que por el interés de todxs se tome nota y sepamos aprender de los errores pasados.

El contrapunto al acierto relativo de las redes activistas gallegas lo configura el fracaso estrepitoso de las redes activistas universitarias catalanas que se movilizaron contra el Plan Bolonia el año pasado. Cierto es que estas redes hubieron de hacer frente a una jugada táctica realmente impresentable por parte de los partidos de izquierda (capaces de votar por unanimidad el respaldo al Plan Bolonia junto a PP, CiU y Ciutadans a cambio de la reubicación del jefe de la policía y responsable de una actuación propia de otros tiempos). No obstante, las redes universitarias no supieron leer el cambio en la estructura de oportunidad política que se le ofrecía con las elecciones europeas. En lugar de visibilizar su posición crítica en una materia directamente ligada a la política europea se dejaron llevar por una lógica de la participación directa negacionista.

Así, aunque es indudable que las redes de activistas lograron un éxito incuestionable al mutar adecuadamente ante la ofensiva represiva por medio de proyectos de okupación como La Rimaia o de educación autogestionaria como la UniLliure, no lo es menos que fracasaron a la hora de visibilizar el votante crítico ante los partidos de izquierda. La consecuencia (lógica) fue el repliegue de las bases de éstos sobre las decisiones de sus dirigentes (incluso cuando buena parte de ellas había simpatizado e incluso participado activamente en el movimiento). La movilización electoral acabó por cerrar una estructura de oportunidad que de haber sido otro el planteamiento activista, seguramente podría haber reforzado la movilización en lugar de agotarla.

A modo de conclusión

Las cosas así, no parece muy desacertado concluir que, o bien invertimos las lógicas actuales del sectarismo activista y el partidismo militante y nos aplicamos a la búsqueda de sinergias entre redes de activistas y opciones electorales reales, o pronto veremos de nuevo a las derechas gobernando. Y esto no debería ir en un único sentido como apoyo electoral puntual de las redes activistas a gobiernos de izquierda que ya tienen un pie fuera del poder, sino también en el sentido opuesto, esto es, también como decisiones políticas, especialmente de las pequeñas fuerzas hoy subalternas que podrían favorecer con sus tomas de posición (especialmente cuando se traten de disensos de alto valor público) estructuras de oportunidad política favorables a la movilización social (justo lo contrario de lo que hicieron con el Plan Bolonia). No cabe duda de que sectarismos de todo tipo atacarán esta posición estratégica (de facto, ya lo han hecho y siguien haciendo al acusar de arribismo -y sin prueba ni fundamento- a quien esto defiende), pero tal es la ventaja de un planteamiento estratégico autónomo: si ladran es que cabalgamos.

divendres, de febrer 05, 2010

[ cat ] Cartografiant les asimetries federals



L'Institut d'Estudis Autonòmics acaba de publicar el resultat del projecte de recerca dirigit pel professor Ferran Requejo sobre descentralització, asimetries i resimetrització. Editat junt amb el professor Klaus-Jürgen Nagel Descentralització, asimetries i processos de resimetrització a Europa: Bèlgica, Regne Unit, Itàlia i Espanya, recull a més d'una introducció al debat teòric (Raimundo Viejo Viñas), diversos estudis de cas sobre Bèlgica (Wilfried Swenden), Regne Unit (John Loghlin), Itàlia (Hugo Amoretti) i Estat espanyol (Antón Losada i Ramón Máiz), així com sengles comparances entre els casos belga i britànic (Mihaela Vancea), d'una banda, i italià i espanyol (Andreu Orte), per una altra.

+ el llibre es pot descarregar aquí

dimarts, de febrer 02, 2010

[ es ] Impresiones personales sobre el debate “política de partido/política de movimiento del FSCat

[ versión 0.0 ]

El pasado sábado 30 de enero tuvo lugar en el marco del Fòrum Social Català 2010 un debate organizado por el CEMS y el IGOP sobre la relación entre la política de partido y la política de movimiento. Se trataba de un tema polémico, pero de gran importancia en la coyuntura actual. Significativamente, el mismo día, en el Foro Social “Mundial” de Madrid estaba teniendo lugar un taller de temática semejante sobre las relaciones entre partidos y movimientos.

El debate: formato y participantes

La idea del debate era bien sencilla, a saber: presentar cuatro voces diferentes y representativas de cuatro opciones lógicas a fin de que pudiera abrirse un debate. Estas cuatro opciones eran dos voces de partido (una que operase en la lógica representativa y otra que representase la innovación participativa) y dos voces de movimiento (una que pudiese representar los repertorios más tradicionales y otra que presentase los repertorios más novedosos). Sus nombres y organizaciones: David Fernández (Ateneu La Torna), Albert Recio (FAVB, en sustitución de Eva Fernández), Xavier Monge (CUP) y Ricard Gomà (ICV).

Va de suyo que los ponentes habrían podido ser miembros de otros colectivos de movimiento u otros partidos, si bien la selección tampoco fue en modo alguno aleatoria. De los partidos gubernamentales, ICV parece claramente más decantada a querer representar el cambio hacia valores postmaterialistas que Esquerra. De los partidos extraparlamentarios, las CUP han demostrado una mayor capacidad para articular y difundir soluciones participativas y de participación desde abajo que Revolta Global u otros ejemplos de la izquierda anticapitalista.

Aunque no buscada, pero en todo caso un dato sintomático, la divisoria de edad se hizo evidente (una voz mayor y una voz joven para partidos y movimientos). A todos los ponentes se les facilitó por anticipado un guión que planteaba los términos del debate y tres conjuntos de preguntas con los que organizar sus intervenciones respectivas. Tras una primera intervención de los organizadores situando el debate ante los participantes y la ronda de ponentes, se abrió un turno de intervenciones y preguntas.

El éxito de asistencia en la convocatoria fue más que notable, aunque lamentablemente falló la logística al quedarse un tercio de los asistentes sin asiento y otro tanto sin poder entrar en el aula. Entre los asistentes se contó con una nutrida representación de activistas de diferentes colectivos, centros sociales, medios contrainformativos y otros espacios activistas, así como militantes de partidos y otras organizaciones. Sin ser exhaustivos, pero para hacernos una idea de la diversidad, podríamos señalar —a mayores de los presentes en la mesa y sin demérito de quienes no serán citados— activistas del Espai Social Magdalenes, el SEPC, el centro social la Rimaia, la Fundació Nous Horitzons, V de Vivienda, 58i+, el semanario Directa, militantes de CUP, Esquerra e ICV, y miembros del Observatori dels dres socials DESC y del colegio de abogados.

Desafortunadamente, dada la limitación a dos horas del debate, los consabidos retrasos y prolongaciones en las exposiciones y turnos de palabras, no hubo tiempo para que pudiese expresarse plenamente toda esta diversidad. Aún así, el debate fue extremadamente plural, respetuoso, aunque por veces acalorado, y en general una buena muestra de cómo está el patio en el área metropolitana barcelonesa (con algunas puntualizaciones de fuera de la ciudad) en materia de relaciones entre partidos y movimientos.

Desarrollos temáticos y puntos de fractura.

Las relaciones entre las políticas de partido y de movimiento son sin duda un tema de debate polémico, aunque particularmente relevante en las circunstancias. A grandes trazos, el tema fue presentado de acuerdo con el documento repartido con anterioridad a los ponentes, incidiéndose si acaso algo más en el carácter sustantivo de las políticas de partido y de movimiento como políticas diferenciadas. En el desarrollo del debate se demostraría y enfatizaría, precisamente, el desencuentro que se produce entre ambas políticas, si bien de manera distinta: explícita en el caso de David Fernández, desdiferenciada en el caso de Albert Recio, Xavier Monge y Ricard Gomà.

En efecto, desde una posición inequívocamente autónoma, para David Fernández no cabía esperar gran cosa de la política de partido visto lo que ha sido la actuación gubernamental de los años de gobierno de la izquierda. En contraposición a él, Albert Recio incidió en el carácter híbrido del activismo social a partir de su argumento de experiencia como y con militantes de organizaciones de partido. Por su parte, Ricard Gomà insistió en destacar la doble lógica que habita en quien es militante y activista, sin por ello aclarar si una lógica prima sobre otra y cómo, de ser así, podría hacerlo. Por último, Xavier Monge propuso explícitamente la subordinación de la lógica de partido a la lógica de movimiento; y aunque reconoció el riesgo de una deriva en el sentido inverso en la medida en que su organización creciese, no se planteó qué mecanismos podrían evitarla.

A juzgar por lo visto y oido, parece que el debate sigue estando en una fase muy embrionaria y/o bastante enrocado en las lógicas respectivas de partido y movimiento. De hecho, no parece muy desatinado considerar que más allá del escepticismo o las declaraciones de principios poco se avanza. Lo más sintomático en este sentido seguramente sea que la discusión tendió a centrarse en la propia definición del tema, en la afirmación de posiciones normativas y de denuncia, antes que en el debate sobre alternativas procedimentales. Y si esto fue así para los ponentes, seleccionados por su capacidad crítica y de enjuiciamiento con planteamientos maximalistas, más lo fue aún en el caso de algunas intervenciones del público, tan contrapuestas como pudieron serlo la de Enric Prat y su alocución sobre la experiencia de ICV-EUiA en Sabadell, por una parte, y la de Albert Martínez y su crítica al teniente de alcalde, Ricard Gomà, por sus reponsabilidades políticas y a la legitimidad de un acto en el que se le facilitaba la participación.

Así las cosas, no parece que haya muchas razones para ser optimistas respecto a la posibilidad de producción de un debate en mayor profundidad sobre procedimentalidad (ni qué decir de las lejanísimas posibilidades de crear un interfaz representativo). Aunque tampoco por ello deberíamos dejar de destacar aquí aportaciones constructivas como la de Ada Colau, quien con toda la razón criticó, por ejemplo, la composición de género (no es excusa haber contado inicialmente con Eva Fernández) o la necesidad de afrontar las psicopatologías de la militancia y el activismo como paso previo necesario para generar las condiciones de un debate en profundidad. En este sentido, no obstante, el elemento positivo subyacente a las más variadas intervenciones sigue siendo la común constatación de una necesidad de generar espacios deliberativos. Resta por pensar, en todo caso, cómo desenrocar las posiciones de partida que podrían generar las condiciones de un debate otro.