divendres, d’octubre 12, 2012

[ es ] Crónica de un hundimiento

Artículo publicado en el periódico Diagonal, nº 183, pág. 29


Cuando en 1989 el mundo se sorprendía ante la inesperada caída del Muro de Berlín, los científicos se aprestaron a buscar interpretaciones. Pronto dieron con una clave: el efeto bola de nieve. El historiador neoliberal Timothy Garton Ash, lo sintetizó apuntando que si en Polonia se había tardado una década, en Hungría ocho meses y en la RDA ocho semanas, nada impediría a Checoslovaquia tardar ocho días. Aunque esta progresión no es exacta, apuntaba a una idea que más tarde los politólogos precisaron: el hundimiento de los regímenes de toda una región puede precipitarse si el mando se deja arrastrar por sus propias inercias. Esta vieja tesis ha venido a confirmarse en las revueltas árabes.


La politología no dispone de gran capacidad predictiva, pero una idea cobra fuerza en los últimos tiempos: si una ola comenzó en Grecia hace cuatro años, si aquí, en Portugal o Italia, progresa imparable, no parece muy inteligente, persistir en los errores que nos han arrojado a la situación actual. El despliegue de la actual ola parece haber desbordado ya los diques construidos por el mando a mediados de los setenta para contener las luchas que condujeron al fin del fordismo.

Al igual que en Europa del Este o en el mundo árabe, la distancia entre las constituciones formales y materiales de las sociedades aumenta hoy a pasos acelerados. Un “dixieland” europeo apunta sus críticas al norte desarrollado. En cada país, como no podría ser de otro modo, esta crisis “del” sistema (y ya no crisis “en” el sistema), se concreta de acuerdo a la combinación de las sedimentaciones de luchas pasadas y las mutaciones de subjetividad en curso; al progreso del movimiento.

En el caso español, la vuelta del verano se ha confirmado, un año más, como un nuevo otoño caliente: las acciones del #25S, #26S y #29S han desbordado la tentativa sindical del 15S por redirigir el antagonismo al terreno de la representación. A pesar de la criminalización del movimiento y la represión, la emergencia del precariado es un hecho al que ya nadie se puede sustraer; ni siquiera unos sindicatos que se ven obligados a recurrir a la huelga general para mantener en pie el último dique de la hegemonía que mantienen sobre el trabajo. El cambio de la composición social antagonista muta hoy en una nueva subjetividad, liquida la representatividad y pone fin a la hegemonía.

Mientras tanto, las nacionalidades se han lanzado, cada una a su manera, a renovar el personal del mando convocando elecciones. El Estado de las autonomías se resquebraja, aunque en su mayor alcance social, también aflora una mayor ambivalencia que todavía confiere margen de acción a las elites de los nacionalismos vasco y catalán.

Mientras que en el País Vasco la ciudadanía prefiere el pacto PNV-Bildu, las elites apuntan al acuerdo PNV-PSE. ETA ya no sirve de excusa y el PNV se arriesga a seguir cediendo terreno al soberanismo si sitúa Bildu en la oposición.

En el Principat la Diada está siendo aprovechada tan hábilmente por CiU como de forma incompetente por sus adversarios. Mas ha cogido por sorpresa al resto de partidos y se ha situado al frente de un proceso secesionista no es más que una farsa. Queda por ver, empero, que una vez abierto (aunque sea como farol) el dique independentista, este acabe siendo controlado. En la presencia de la izquierda independentista en convocatorias inminentes como el #13O radica la cuestión. Sólo el llamado “transversalismo” puede salvar hoy al catalanismo neoliberal.

En Galiza, en fin, el clientelismo y la emigración pueden conferir un último balón de oxígeno al PP. Su derrota, empero, podría marcar un cambio de ciclo y situar el mando definitivamente a la defensiva.