dimecres, de novembre 28, 2012

[ es ] Las mil y una huelgas

Artículo publicado en Diagonal, nº 186, pág. 30


Que el 14N iba a ser un éxito de participación estaba cantado. No podía ser ya de otro modo dado que hemos entrado de lleno en la fase alcista de la ola de movilizaciones. La sucesión de ciclos de luchas que la integran no ha perdido su carácter sinérgico, por lo que las convocatorias se suceden éxito tras éxito. El problema de fondo, sin embargo, permanece: ¿para qué sirven realmente estas huelgas?, ¿acaso si aumentasen a dos días o se hiciesen indefinidas, como pretende cierto izquierdismo pueril, lograrían modificar la correlación de fuerzas que impulsa el neoliberalismo?, ¿es sólo una cuestión de cantidad? Y si no es así, ¿cómo se podrían traducir estas huelgas generales en progresos efectivos cuando el mando únicamente ofrece silencio, ninguneo y represión policial
 
Punto de no retorno

Para responder a estas cuestiones es preciso asumir, de entrada y en serio, los cambios que se están operando en el propio repertorio de acción colectiva que es la huelga general. Dicho repertorio, guste o no, ya ha superado un punto de no retorno, un umbral a partir del cual se ha de reinventar o sólo abocará a una creciente sensación de impotencia política. El problema de la huelga general hoy es, en primer lugar, el de su significado. Antes bien, la huelga que todavía se dice general es una huelga contra el régimen, una huelga cuyo epicentro se ha desplazado fuera de su antiguo centro de gravitación sindical para trasladarse al terreno, siempre cambiante y antagonista, de la política de movimiento. Por ello mismo, los cauces institucionales son de tan escasa eficacia. En segundo lugar, dado que la fase expresiva de la movilización ha alcanzado su techo –ya no podemos imaginar sacar más gente a la calle, ya no podemos aspirar razonablemente a mayores cotas de movilización en estas convocatorias–, la única cuestión relevante a partir de este punto de no retorno es responder al problema institucional que se nos plantea con un marco sindical ineficaz. A partir de ahora, las huelgas generales sólo podrán ser efectivas en términos institucionales y no sólo en los términos expresivos del descontento.

Otro modelo sindical

En otras palabras: el valor de las huelgas generales por venir no se habrá de medir ya por el número de personas que saquen a la calle –a buen seguro enorme–, sino porque sean capaces de instaurar un régimen alternativo al actual: el –emergente– régimen político del común. A tal fin se ha de redefinir el papel de los sindicatos hoy en el régimen por medio de su reorientación, reubicación y cuantas operaciones requiera sostener el movimiento. Al tiempo, se ha de profundizar en otros modelos sindicales más y mejor adaptados a las condiciones del conflicto. Esto último requiere, vaya por delante, una lectura más compleja de la composición interna del trabajo, de la precariedad, de los sujetos productivos y, por ende, de las prácticas instituyentes de su emancipación, de las herramientas de que se dotan cuando desbordan el actual marco institucional. En este sentido, se ha de apuntar, uno de los errores más habituales del sindicalismo alternativo es su dependencia de viejos esquemas ideológicos y/o identitarios; de estructuras de movilización que responden a repertorios de acción colectiva obsoletos; de una comprensión aún corporativa de las movilizaciones sindicales que olvida que el sindicalismo por venir es una lucha por el cambio de régimen y, con él, del mundo de la vida en su conjunto. Con todo, no hay razones para desesperar, pues el movimiento sigue en la calle. El 14N ha cumplido sobradamente su función movilizadora y la reflexión se acompasa al ritmo de la praxis. Por más que el tiempo apremie, sabido es que también el tiempo se gana aumentando la eficacia. Esta depende, a su vez, de un aumento en el acierto del tempo político. Así sucede hoy, y eso anima.