dissabte, de setembre 07, 2013

[ es ] La importancia de la composición


Cuando cada día voy a por el pan paso por delante de un quiosco, de una tienda de productos ecológicos y de una tienda de plantas. En los tres casos las tiendas han cambiado de manos en los últimos dos años (los que llevamos en este barrio). De los padres, gentes con edades próximas pero no tanto a la jubilación, los negocios han pasado a sus hijos.
Sin lugar a dudas esta es la cara amable (pequeñoburguesa) de la precarización actual: un pequeño negocio familiar que seguramente, y a pesar de la subida del IVA, la gentrificación, etc., da cuando menos para llegar a fin de mes (cosa que ya desearíamos para nosotrxs, las víctimas de otras precariedades más aceradas, injustas, duras).

Si os cuento esto al hilo de esta noticia es porque me consta que esta generación que se ha visto abocada a prolongar la actividad de los negocios familiares (probablemente quedándose en casa) son personas con la cualificación de economistas, juristas, ingenieros, etc. 

No creo que la crisis sea para ellxs (como lo es para muchos de nosotrxs) vivir con la presión permanente del horror vacui, de la amenaza del paro, de las cuentas a cero. Ejemplifican, empero, el derroche universitario, la malversación de recursos públicos y creo que con toda probabilidad, las bases sociales para la hegemonía ideológica neoliberal: el miedo al hurto y la violencia urbana, la queja permanente por la presión fiscal, la defensa de los valores de la familia tradicional...

Leer la composición técnica de clase hoy es leer estos desajustes en su complejidad como función disciplinaria del mando, en no menor medida en que nos resulta obscena la dedicación de un economista a las tareas de un rapartidor. Contrariamente a las mistificaciones neoestalinistas que tanta carta de naturaleza han adquirido al amparo de la tertulianización de la política, urge leer la composición con todo el calado de la profunda transformación que se está operando en la constitución material. Al fin y al cabo, a este ritmo, cuando se acabe la legislatura del PP, nos abremos alejado décadas de una sociedad del capitalismo cognitivo.

Por eso hoy la disyuntiva ya no radica en esperar el reajuste entre la oferta y la demanda de las titulaciones. Al igual que un billete de un millón de marcos en la República de Weimar, los títulos universitarios hoy no valen nada, las acreditaciones de las agencias de calidad (ANECA, AQU, etc.) todavía menos. Puro papel mojado en una sociedad que se reconfigura en el contexto de la completa subalternidad respecto a la configuración neoliberal y germanocéntrica de la UE.


Ante este estado de cosas, sorprende la pertinaz estrategia de los universitarios. Lejos de comprender que no hay ya futuro en donde se les prometió, el escenario se agrava cuanto más persistan en repetir sus fracasos repertoriales. Entiéndaseme bien, que hay mucho acomplejado malediciente: no es cuestión de criticar por criticar la siempre valiosa defensa de la enseñanza pública; es la urgencia de inscribir esta en una estrategia en la que tenga cabida la producción y centralidad de otras instituciones --autónomas y bajo control de quienes disponemos de las capacidades productivas--, donde se requieren hoy los esfuerzos activistas. El resto solo es la triste épica de una misma y larga derrota que dura ya más de treinta años.