dilluns, de maig 19, 2014

[ es ] Por qué hay que votar este #25M





En vistas a las próximas elecciones y faltxs de motivación por el hastío para con la política, no son pocxs quienes se plantean la abstención como mejor táctica para expresar una crítica al presente estado de cosas. La abstención (activa o no) como táctica política, sin embargo, solo podría encontrar justificación en el caso de que el régimen se estuviese derrumbando y las instituciones de un régimen alternativo hubiesen aparecido ya y se estuviesen articulando como hegemonía. Quizá en ese caso una abstención masiva podría tener la utilidad de llevar a cabo la transferencia final de legitimidad inherente a todo proceso revolucionario; cerrando con ello el esenario de dualidad de poderes que caracteriza las revoluciones clásicas.

Pero no es este el caso (y difícilmente lo podría ser dado que las posibilidades de una revolución en el sentido de su fenomenología histórica son prácticamente nulas en una sociedad con la complejidad y recursos de la nuestra). Quienes defienden la abstención, de hecho, solo defienden (más por una inercia ideológica o siguiendo la heteronomía del mando, que no por una actitud consciente) rebajar los costes con los que las instituciones del régimen pueden articular una representación más falaz, menos representativa, más carente de legitimidad: justo lo que la cleptocracia requiere para su funcionamiento.

Y es que el hecho de que un régimen político se corrompa, se deconstituya, se agote, no comporta de manera automática que otro emerja en su lugar. Para que esto suceda es preciso experimentar con las contradicciones de la situación, con la ambivalencia de los contextos e intentar dar con la solución que desencadene el cambio político efectivo. La pose estética del perfeccionista moral que se cree por encima cuando en rigor solo está "fuera", y más en concreto, en un afuera que está incluido en el cálculo del poder (a la manera en que la huelga de CCOO y UGT estaba fuera, pero dentro del cálculo de Rajoy), no es más que la actitud del tonto útil que sigue confiriendo al voto una trascendencia que no tiene.

Votar no es hoy una decisión constituyente, sino una opción de sabotaje semiótico, de cortocircuito en la representación. Allí donde el régimen necesita la falaz apariencia de un bipartidismo, donde los subalternos necesitan ver reforzada su posición sin por ello romper la subalternidad, un voto que no nos cuesta en rigor gran cosa, puede trastocar el escenario político de manera tal que las ficciones sobre las que se sostiene el poder (incluida la ficción de que no votar exime de toda responsabilidad en la perpetuación del régimen) se derrumben generando unas mejores condiciones de lucha y progreso del movimiento. Por eso hay que votar y no votar cualquier cosa. Y si no se encuentra opción, vótese nulo, pero no se validen los resultados con una abstención que no invalida el voto de conjunto emitido por quienes tienen interés en perpetuar el régimen en su propia degradación.